20120424

Carta a los Romanos



CARTA DE PABLO A LOS ROMANOS
UNO
 Saludo
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado por él a ser apóstol y apartado para anunciar el evangelio de Dios.
Por medio de sus profetas, Dios ya lo había prometido en las santas Escrituras. Es el mensaje relativo a su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, que como hombre fue descendiente del rey David, pero como espíritu santificador y a partir de su resurrección fue declarado Hijo de Dios y se le dieron plenos poderes.
Por medio de Jesucristo, Dios me ha concedido el privilegio de ser su apóstol, para que en todas las naciones haya quienes crean en él y le obedezcan. Entre ellos estáis también vosotros, que vivís en la ciudad de Roma. Dios os ama, y os ha llamado a ser de Jesucristo y formar parte del pueblo santo. Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre vosotros.

Acción de gracias
En primer lugar, por medio de Jesucristo doy gracias a mi Dios por cada uno de vosotros, porque en todas partes se habla de vuestra fe.  Dios, a quien sirvo con todo mi corazón anunciando el evangelio de su Hijo, es testigo de que continuamente os recuerdo en mis oraciones;  y pido siempre a Dios que, si es su voluntad, me conceda ir por fin a visitaros.  Porque deseo veros y prestaros alguna ayuda espiritual, para que estéis más firmes;  es decir, para que nos animemos unos a otros con esta fe que vosotros y yo tenemos.
 Quiero que sepáis, hermanos, que muchas veces me he propuesto ir a veros, pero hasta ahora siempre se me han presentado obstáculos. Mi deseo es recoger alguna cosecha espiritual entre vosotros, como la he recogido entre las otras naciones.  Me siento en deuda con todos, sean cultos o incultos, sabios o ignorantes;  por eso estoy tan ansioso de anunciaros el evangelio también a vosotros, que vivís en Roma.

El evangelio, poder de Dios
 No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para que todos los que creen alcancen la salvación, los judíos en primer lugar, pero también los que no lo son. Pues el evangelio nos muestra de qué manera Dios nos hace justos: es por fe y solamente por fe. Así lo dicen las Escrituras: “El justo por la fe vivirá.”

EL MUNDO PAGANO
La culpabilidad humana
Vemos que Dios manifiesta su ira castigando desde el cielo a toda la gente mala e injusta que con su maldad impide que se conozca la verdad.  Lo que de Dios se puede conocer, ellos lo conocen muy bien, porque él mismo se lo ha mostrado; pues lo invisible de Dios puede llegar a conocerse si se reflexiona en sus hechos. En efecto, desde que el mundo fue creado, se ha podido ver claramente que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa,  pues aunque han conocido a Dios, no lo han honrado como a Dios ni le han dado gracias. Al contrario, han terminado pensando puras tonterías, y su necia mente se ha quedado a oscuras. Decían ser sabios, pero se hicieron tontos,  pues cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, e incluso por imágenes de aves, cuadrúpedos y reptiles.
Por lo cual, Dios los ha abandonado a sus impuros deseos, y unos con otros han cometido acciones vergonzosas.  En lugar de la verdad de Dios han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creadas por Dios y no a Dios mismo, que las creó y merece alabanza por siempre. Amén.
Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas. Incluso sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que van contra naturaleza;  y, de la misma manera, los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los unos por los otros. Hombres con hombres cometen actos vergonzosos y sufren en su propio cuerpo el castigo de su perversión.
 Como no quisieron reconocer a Dios, él los ha abandonado a sus perversos pensamientos, para que hagan lo que no deben hacer.  Están llenos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia y maldad. Son envidiosos, asesinos, pendencieros, engañadores, perversos y chismosos.  Hablan mal de los demás, son enemigos de Dios, insolentes, vanidosos y soberbios; inventan maldades, desobedecen a los padres,  son insensatos, no cumplen su palabra, no tienen cariño a nadie, no perdonan, no sienten compasión. Saben muy bien que Dios ha decretado la muerte contra quienes hacen estas cosas; sin embargo las siguen haciendo, y hasta ven con gusto que otros las hagan.

DOS
EL MUNDO JUDÍO
 Dios juzga conforme a la verdad
 Por eso no tienes disculpa, tú que juzgas a otros, quienquiera que seas. Al juzgar a otros te condenas a ti mismo, pues haces precisamente lo mismo que hacen ellos.  Pero sabemos que Dios juzga conforme a la verdad cuando condena a los que así se portan.  En cuanto a ti, que juzgas a otros y haces lo mismo que ellos, no creas que vas a librarte de que Dios te condene.  Tú desprecias la inagotable bondad, tolerancia y paciencia de Dios, sin darte cuenta de que precisamente su bondad es la que te está llevando a convertirte a él.  Pero tú, como eres terco y no has querido volverte a Dios, estás acumulando castigo sobre ti mismo para el día del castigo, cuando Dios se manifieste para dictar su justa sentenciad  y pagar a cada cual lo que merezcan sus acciones.  Dará vida eterna a quienes buscando gloria, honor e inmortalidad hicieron siempre el bien;  pero castigará severamente a los rebeldes, es decir, a los que están en contra de la verdad y a favor de la maldad.  Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen lo malo: para los judíos en primer lugar, pero también para los que no lo son. En cambio, Dios dará gloria, honor y paz a quienes hacen el bien: a los judíos en primer lugar, pero también a los que no lo son.  Porque Dios no hace diferencia entre unos y otros.

La ley de Moisés
 Todos los que pecan sin haber tenido la ley de Moisés, morirán sin esa ley; y los que pecan a pesar de tener la ley de Moisés, por medio de esa ley serán juzgados.  Porque no quedan libres de culpa los que tan solo oyen la ley, sino los que la obedecen.  Pero cuando los que no son judíos ni tienen la ley hacen por naturaleza lo que la ley manda, ellos mismos son su propia ley.  Por su conducta muestran que la llevan escrita en el corazón. Su propia conciencia lo prueba, y sus propios pensamientos los acusarán o los defenderán  el día en que Dios juzgue los secretos de todos por medio de Cristo Jesús, conforme al evangelio que yo predico.

Los judíos y la ley de Moisés
 Tú dices que eres judío, te basas en la ley de Moisés y te glorías de tu Dios.  Conoces su voluntad, y la ley te enseña a escoger lo mejor.  Estás convencido de que puedes ser guía de los ciegos y luz de los que andan en oscuridad;  de que puedes instruir a los ignorantes y enseñar a los sencillos, ya que en la ley tienes la regla del conocimiento y la verdad.  Pues bien, si enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti mismo? Si predicas que no se debe robar, ¿por qué robas?  Si dices que no se debe cometer adulterio, ¿por qué lo cometes? Si odias a los ídolos, ¿por qué robas las riquezas de sus templos?  Te glorías de la ley, pero deshonras a Dios porque no la cumples.  Con razón dice la Escritura: “Los paganos ofenden a Dios por culpa vuestra.”
 Es cierto que la circuncisión tiene valor para quien obedece a la ley de Moisés; pero el que la quebranta es como si no estuviera circuncidado.  En cambio, si el que no está circuncidado se sujeta a lo que la ley ordena, Dios lo tendrá por circuncidado aun cuando no lo esté.  El que cumple la ley, aunque no esté circuncidado en el cuerpo, juzgará a aquel que quebranta la ley a pesar de tenerla y de estar circuncidado.  Porque ser judío no es serlo solo en lo exterior, y estar circuncidado no es estarlo solo en lo exterior, en el cuerpo.  El verdadero judío lo es interiormente, y el estar circuncidado es cosa del corazón; no depende de reglas escritas, sino del espíritu. El que es así, resulta aprobado, no por los hombres, sino por Dios.

TRES

 Entonces, ¿qué ventajas tiene el ser judío o el estar circuncidado?  Muchas y por muchas razones. En primer lugar, Dios confió su mensaje a los judíos.  Ahora bien, ¿qué importa que hayan dejado de ser fieles algunos de ellos? ¿Por eso dejará Dios de ser fiel?  ¡De ninguna manera! Al contrario, Dios actúa siempre conforme a la verdad aunque todo hombre sea mentiroso. Así lo dice la Escritura: “Serás tenido por justo en lo que dices y saldrás vencedor cuando te juzguen.”
 Pero si nuestra maldad sirve para poner de relieve que Dios es justo, nos tendremos que preguntar (hablando en términos humanos): ¿Es Dios injusto porque nos castiga?  ¡De ninguna manera! Pues si Dios fuera injusto, ¿cómo podría juzgar al mundo?
 Pero si mi mentira sirve para que la verdad de Dios resulte aún más gloriosa, ¿por qué se me juzga como pecador?  Y en tal caso, ¿por qué no hacer lo malo para que venga lo bueno? Eso es precisamente lo que algunos, para desacreditarme, dicen que enseño. ¡Tales personas merecen la condenación!

Todos hemos pecado
 ¿Qué, pues? ¿Somos nosotros, los judíos, mejores que los demás? ¡Claro que no! Porque ya hemos demostrado que, tanto los judíos como los que no lo son, están bajo el poder del pecado.  Así lo dicen las Escrituras:
“¡No hay ni un solo justo!  No hay quien tenga entendimiento, no hay quien busque a Dios.  Todos han ido por mal camino, todos por igual se han pervertido. ¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno!
 Su garganta es un sepulcro abierto, su lengua es mentirosa, sus labios esconden veneno de víbora  y su boca está llena de maldición y amargura.
 Sus pies corren ligeros a derramar sangre: destrucción y miseria hay en sus caminos  y no conocen el camino de la paz.  ¡Jamás tienen presente que hay que temer a Dios!”
 Sabemos que lo que dice el libro de la ley, lo dice a quienes están sometidos a ella, para que todos callen y el mundo entero caiga bajo el juicio de Dios;  porque Dios no declarará justo a nadie por haber cumplido la ley, ya que la ley sirve tan solo para hacernos saber que somos pecadores.

DIOS NOS HACE JUSTOS POR LA FE EN JESUCRISTO
Pero ahora, aparte de la ley, Dios ha dado a conocer de qué manera nos hace justos, lo cual se comprueba por los libros de la ley y los profetas: Dios, por medio de la fe en Jesucristo, hace justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia, porque todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios.  Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos mediante la liberación realizada por Cristo Jesús.  Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe. Así quiso Dios demostrar su justicia, y mostrar que si pasó por alto los pecados de otro tiempo  fue solo por su paciencia, y que él, siendo justo, también en el tiempo presente hace justos a quienes creen en Jesús.
 ¿Dónde, pues, queda el orgullo del hombre delante de Dios? ¡Queda excluido! ¿Y por qué razón? ¿Por haber cumplido la ley? ¡No, sino por haber creído!  Así llegamos a esta conclusión: Dios hace justa a la persona que tiene fe, sin exigirle el cumplimiento de lo dispuesto por la ley.
 ¿Acaso Dios es solamente Dios de los judíos? ¿No lo es también de todas las naciones? ¡Claro está que lo es también de todas las naciones,  pues no hay más que un Dios: el Dios que hace justos a los que tienen fe, tanto si están como si no están circuncidados!  Entonces, ¿con la fe anulamos el valor de la ley? ¡De ninguna manera! Por el contrario: afirmamos el valor de la ley.


CUATRO
EL EJEMPLO DE ABRAHAM
La fe de Abraham
 Pero entonces, ¿qué diremos que ganó Abraham, nuestro antepasado?  En realidad, si Abraham hubiera sido aceptado como justo a causa de sus propios hechos, tendría motivos para gloriarse, aunque no delante de Dios.  Pues la Escritura dice: “Abraham creyó a Dios, y Dios se lo tomó en cuenta y le aceptó como justo.”  Ahora bien, al que trabaja no se le da el salario como un regalo, sino como el pago de una deuda;  en cambio, al que cree en Dios, que hace justo al pecador, Dios le toma en cuenta la fe para aceptarle como justo, aunque no haya hecho nada que merezca su favor.  David mismo habló de la dicha de aquel a quien Dios acepta como justo sin tomarle en cuenta sus hechos.  
Dijo David: “¡Dichosos aquellos a quienes Dios perdona sus maldades y pasa por alto sus pecados!  ¡Dichoso el hombre a quien el Señor no toma en cuenta su pecado!”  ¿Será que esta dicha corresponde solamente a los que están circuncidados, o también a los que no lo están? Hemos dicho que Dios aceptó como justo a Abraham por su fe;  pero ¿cuándo le aceptó? ¿Después que Abraham fuera circuncidado, o antes? No después, sino antes.  Y después fue Abraham circuncidado, como señal o sello de que Dios ya le había aceptado como justo por causa de su fe. De este modo, Abraham ha venido a ser también el padre de todos los que tienen fe, aunque no hayan sido circuncidados; y así Dios los acepta igualmente a ellos como justos.  Y Abraham es también el padre de quienes, además de estar circuncidados, siguen el ejemplo de aquella fe que él, nuestro padre, ya tenía cuando aún no lo estaba.

La promesa a Abraham y sus descendientes
 Dios prometió a Abraham y a sus descendientes que recibirían el mundo como herencia, pero esta promesa no estaba ligada al cumplimiento de la ley, sino a la justicia que se basa en la fe en Dios.  Pues si los que han de recibir la herencia fueran los que cumplen la ley, la fe resultaría inútil y la promesa de Dios perdería su valor.  Porque la ley trae castigo, pero donde no hay ley tampoco hay violación de la ley.
 Por eso, a fin de que la promesa hecha a Abraham fuera firme para todos sus descendientes, tenía que ser un don gratuito basado en la fe. Es decir, la promesa no es solamente para los que cumplen la ley, sino también para todos los que creen como creyó Abraham. De esa manera, él viene a ser padre de todos nosotros,  como dice la Escritura: “Te he hecho padre de muchas naciones.” Este es el Dios en quien creyó Abraham, el Dios que da vida a los muertos y existencia a lo que no existe.
 En contra de toda esperanza, Abraham creyó y tuvo esperanza, y así llegó a ser “padre de muchas naciones”, conforme a lo que Dios le había dicho: “Así será el número de tus descendientes”.  La fe de Abraham no se debilitó, a pesar de que ya tenía casi cien años de edad y se daba cuenta de que tanto él como Sara pronto habrían de morir, y que eran demasiado ancianos para tener hijos.  No dudó ni desconfió de la promesa de Dios, sino que su fe se hizo más firme. Alabó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete.  Y Dios, tomándoselo en cuenta, le aceptó como justo.
 Y esto de que Dios se lo tomó en cuenta no se escribió solamente respecto de Abraham,  sino también de nosotros. Pues Dios también toma en cuenta nuestra fe, y nos acepta como justos a los que creemos en aquel que resucitó a Jesús, nuestro Señor,  quien fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para hacernos justos.

CINCO
LA ESPERANZA DE LA SALVACIÓN
Justos por medio de la fe
 Así pues, ya hechos justos gracias a la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.  Por Cristo gozamos del favor de Dios por medio de la fe, y estamos firmes y nos gloriamos de la esperanza de tener parte en la gloria de Dios.  Y no solo esto, sino que incluso nos gloriamos de los sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento da firmeza para soportar,  y esa firmeza nos permite ser aprobados por Dios, y el ser aprobados por Dios nos llena de esperanza.  Una esperanza que no defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.
 Como nosotros éramos incapaces de salvarnos, Cristo, en el momento oportuno, murió por los malos.  No es fácil que una persona se deje matar en lugar de otra. Ni siquiera en lugar de una persona justa, aunque quizás alguno estaría dispuesto a morir por una persona verdaderamente buena.  Pero Dios prueba que nos ama en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.  Y ahora, siendo así que Dios nos ha hecho justos mediante la muerte de Cristo, con mayor razón seremos librados del castigo final por medio de él.  Porque si Dios, cuando aún éramos enemigos suyos, nos reconcilió consigo mismo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón nos salvará por su vida ahora que ya estamos reconciliados con él.  Y no solo esto, sino que también nos gloriamos de Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.

Adán y Jesucristo
 Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte pasó a todos porque todos pecaron.  Antes de darse la ley estaba ya el pecado en el mundo, aunque el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley.  Sin embargo, desde el tiempo de Adán al de Moisés reinó la muerte sobre los que pecaron, por más que el pecado de ellos no consistió en desobedecer un mandato, como en el caso de Adán, quien fue figura de aquel que había de venir.
 Pero el delito de Adán no puede compararse con el don que hemos recibido de Dios. Pues por el delito de un solo hombre murieron todos; pero el don que hemos recibido gratuitamente de Dios por medio de un solo hombre, Jesucristo, es mucho mayor y para el bien de todos.  El pecado de un solo hombre no puede compararse con el don de Dios; pues a causa de aquel solo pecado vino la condenación, pero a causa de muchos pecados vino el don de Dios, que hace justos a los hombres.  Porque si la muerte reinó como resultado del delito de un solo hombre, con mayor razón aquellos a quienes Dios, en su gran bondad y gratuitamente, hace justos, reinarán en la nueva vida por medio de un solo hombre: Jesucristo.
 Y así como el delito de Adán puso bajo condenación a todos los hombres, así también el acto justo de Jesucristo hace justos a todos los hombres para que tengan vida.  Es decir, que por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron hechos pecadores; y, al contrario, por la obediencia de un solo hombre, todos serán hechos justos.
 La ley se añadió para que aumentase el pecado; pero cuanto más aumentó el pecado, tanto más abundó la bondad de Dios.  Y así como el pecado reinó para traer muerte, así también la bondad de Dios reinó haciéndonos justos y dándonos vida eterna mediante nuestro Señor Jesucristo.

SÉIS
CON CRISTO HEMOS MUERTO AL PECADO
Unidos a Cristo en el bautismo

 ¿Qué, pues, diremos? ¿Vamos a seguir pecando para que Dios se muestre aún más bondadoso?  ¡De ninguna manera! Nosotros ya hemos muerto respecto al pecado: ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?  ¿No sabéis que, al quedar unidos a Cristo Jesús por el bautismo, quedamos unidos a su muerte?  Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.
 Si hemos sido unidos a Cristo en una muerte como la suya, también seremos unidos a él en su resurrección.  Sabemos que aquello que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedase destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado.  En efecto, cuando uno muere queda libre de pecado.  Si hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él.  Pues Cristo, al morir, murió de una vez por siempre respecto al pecado; pero al vivir, vive para Dios.  Así también, vosotros consideraos muertos respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús.
 Por lo tanto, no dejéis que el pecado siga dominando en vuestro cuerpo mortal y que os siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo.  No entreguéis vuestro cuerpo al pecado como instrumento para hacer el mal. Al contrario, entregaos a Dios como personas que han muerto y han vuelto a vivir, y entregadle vuestro cuerpo como instrumento para hacer el bien. Así el pecado no tendrá poder sobre vosotros, pues ya no estáis sometidos a la ley sino a la bondad de Dios.
El símil de la esclavitud
 ¿Qué, pues? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la ley sino a la bondad de Dios? ¡De ninguna manera! Sabéis muy bien que si os entregáis como esclavos a un amo para obedecerle, os hacéis esclavos de ese amo a quien obedecéis. Y esto es así, lo mismo si obedecéis al pecado, lo cual lleva a la muerte, que si obedecéis a Dios, lo cual lleva a una vida de justicia.  Pero, gracias a Dios, vosotros, que antes erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a la forma de enseñanza que habéis recibido.  Una vez libres de la esclavitud del pecado habéis entrado al servicio de una vida de justicia (os estoy hablando en términos humanos para que podáis entender bien estas cosas). De modo que, así como antes entregasteis vuestro cuerpo al servicio de la impureza y la maldad para hacer el mal, entregad también ahora vuestro cuerpo al servicio de una vida de justicia, para vuestra santificación.
 Cuando todavía erais esclavos del pecado no estabais al servicio de una vida de justicia.  ¿Pero qué provecho sacasteis de aquellas cosas que ahora os avergüenzan, y que no llevan sino a la muerte?  Ahora, en cambio, libres de la esclavitud del pecado habéis entrado al servicio de Dios. Y el provechoso resultado de esto es vuestra santificación, y finalmente la vida eterna.  El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.

SIETE
YA NO ESTAMOS BAJO LA LEY DE MOISÉS
El símil del matrimonio
 Hermanos, vosotros conocéis la ley, y sabéis que solo en vida de una persona tiene la ley poder sobre ella.  Por ejemplo, una mujer casada está sujeta por la ley a su esposo mientras él vive; pero si el esposo muere, la mujer queda liberada de esa ley por la que le estaba sujeta.  Por eso, si la mujer, en vida de su esposo, tiene relaciones con otro hombre, comete adulterio; pero si el esposo muere, ella queda liberada de esa ley y puede casarse con otro sin cometer adulterio.
 Así también vosotros, hermanos míos, al incorporaros a Cristo habéis muerto con él a la ley, para pertenecer así a otro esposo: ahora sois de Cristo, de aquel que resucitó. De este modo, nuestra vida será útil delante de Dios.  Porque mientras vivíamos conforme a nuestra naturaleza pecadora, la ley sirvió para despertar en nuestro cuerpo los malos deseos, y eso nos llevó a la muerte.  Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando libres para servir a Dios conforme a la nueva vida del Espíritu y no conforme a una ley ya anticuada.

El pecado se aprovechó de la ley
 ¿Vamos a decir por esto que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, yo no habría conocido el pecado si no hubiera sido por la ley. En efecto, jamás habría sabido lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: “No codicies.”  Pero el pecado, valiéndose del propio mandamiento, despertó en mí toda clase de malos deseos; pues mientras no hay ley, el pecado es cosa muerta.  Hubo un tiempo en que, sin la ley, yo tenía vida; pero cuando vino el mandamiento cobró vida el pecado, y yo morí. Así resultó que aquel mandamiento que debía darme la vida me llevó a la muerte,  porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y con el mismo mandamiento me dio la muerte.
 En resumen, la ley en sí misma es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno.  Pero entonces, ¿esto que es bueno habrá de llevarme a la muerte? ¡De ninguna manera! Lo que pasa es que el pecado, para demostrar que verdaderamente es pecado, me causó la muerte valiéndose de lo bueno. Y así, por medio del mandamiento, quedó demostrado lo terriblemente malo que es el pecado.

LA DEBILIDAD HUMANA

 Sabemos que la ley es espiritual, pero yo, en mi condición humana, estoy vendido como esclavo al pecado.  No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino que precisamente aquello que odio es lo que hago.  Pero si lo que hago es lo que no quiero hacer, reconozco con ello que la ley es buena.  Pero en este caso ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí.  Porque yo sé que en mí, es decir, en mi débil condición humana, no habita el bien; por eso, aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo.  No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero. Ahora bien, si lo que no quiero hacer es lo que hago, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí.
 Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer lo bueno, solo encuentro lo malo a mi alcance.  En mi interior me agrada la ley de Dios;  pero veo en mí otra ley, que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley del pecado que está en mí y me tiene preso.
 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo?  Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo. En conclusión: entiendo que debo someterme a la ley de Dios, pero en lo débil de mi condición humana estoy sometido a la ley del pecado.

OCHO
        EL ESPÍRITU NOS DA VIDA

 Así pues, ahora no hay ya ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús,  porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.  Porque Dios ha hecho lo que no pudo hacer la ley de Moisés, que era incapaz de hacerlo a causa de la debilidad humana: Dios envió a su Hijo en la misma débil condición del hombre pecador y como sacrificio por el pecado, para de este modo condenar al pecado en la propia debilidad de nuestra condición.  Y lo hizo para que podamos cumplir lo que la ley exige, pues ya no vivimos conforme a la naturaleza del hombre pecador sino conforme al Espíritu.
 Los que viven conforme a lo débil de la condición humana se preocupan solo de las cosas humanas; pero los que viven conforme al Espíritu se preocupan de las cosas del Espíritu.  Ahora bien, preocuparse solo de lo que es humano lleva a la muerte; en cambio, preocuparse de las cosas del Espíritu lleva a la vida y la paz.  Los que se preocupan solo de las cosas humanas son enemigos de Dios, porque ni quieren ni pueden someterse a su ley.  Por eso, los que viven sometidos a los deseos de la débil condición humana no pueden agradar a Dios.
 Pero vosotros ya no vivís conforme a tales deseos, sino conforme al Espíritu, si es que realmente el Espíritu de Dios vive en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.  Pero si Cristo vive en vosotros, el espíritu vive porque Dios os ha hecho justos, aun cuando el cuerpo esté destinado a la muerte por causa del pecado.  Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros.
 Así pues, hermanos, tenemos un deber, que no es el de vivir conforme a los deseos de la débil condición humana. Porque si vivís conforme a esos deseos, moriréis; pero si los hacéis morir por medio del Espíritu, viviréis.
 Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.  Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud que os lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que os hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: “¡Abbá!, ¡Padre!”o  Este Espíritu es el mismo que se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y por ser sus hijos tendremos también parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, si en verdad sufrimos con él para después estar con él en su gloria.

La esperanza de la gloria
 Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después.  La creación espera con gran impaciencia el momento en que se manifieste que somos hijos de Dios.  Porque la creación perdió toda su razón de ser, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso; pero le quedaba siempre la esperanza  de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.  Sabemos que hasta ahora la creación se queja y sufre como una mujer con dolores de parto.  Y no solo sufre la creación, sino también nosotros que ya tenemos el Espíritu como anticipo de lo que hemos de recibir. Sufrimos intensamente esperando el momento en que Dios nos adopte como hijos, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos.  Y en esa esperanza hemos sido salvados. Ahora bien, si lo que se espera está ya a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿a qué esperar lo que ya se está viendo? Pero si lo que esperamos es algo que aún no vemos, con constancia hemos de esperarlo.
 De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.  Y Dios, que examina los corazones, sabe qué quiere decir el Espíritu, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios por los del pueblo santo.

Más que vencedores
 Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, de quienes él ha llamado de acuerdo con su propósito.  A los que de antemano Dios había conocido, los destinó desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el mayor entre muchos hermanos.  Y a los que Dios destinó desde un principio, también los llamó; y a los que llamó los hizo justos; y a los que hizo justos les dio parte en su gloria.
 ¿Qué más podríamos decir? ¡Si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros!  Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas?  ¿Quién podrá acusar a los que Dios ha escogido? ¡Dios es quien los hace justos!  ¿Quién podrá condenarlos? Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que resucitó, y además está a la derecha de Dios rogando por nosotros.  ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la muerte violenta...?  Como dice la Escritura: “Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte; nos tratan como a ovejas llevadas al matadero.”
 Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.  Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente ni lo futuro,  ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor!

NUEVE
LA SALVACIÓN DE ISRAEL

Los privilegios de Israel
 Como creyente que soy en Cristo, digo la verdad, no miento. Además, mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo, me asegura que esto es verdad: siento una gran tristeza y en mi corazón tengo un dolor continuo,  y hasta querría estar yo mismo bajo maldición, separado de Cristo, si así pudiera favorecer a mis hermanos, los de mi propia raza.  Son descendientes de Israel y Dios los adoptó como hijos. Dios estuvo entre ellos con su presencia gloriosa y les dio los pactos, la ley de Moisés, el culto y las promesas.  Son descendientes de nuestros antepasados; y de su raza, en cuanto a lo humano, vino el Mesías, el cual es Dios sobre todas las cosas, alabado por siempre. Amén.
 Pero no es que las promesas de Dios a Israel hayan quedado sin cumplir. Lo que sucede es que no todos los descendientes de Israel son verdadero pueblo de Israel  ni todos los descendientes de Abraham son verdaderamente sus hijos, sino que Dios le había dicho: “Tu descendencia vendrá por medio de Isaac.”  Esto nos da a entender que nadie es hijo de Dios solamente por pertenecer a cierta raza; al contrario, solo quienes son hijos en cumplimiento de la promesa de Dios son considerados verdaderos descendientes.  Porque esta es la promesa que Dios hizo a Abraham: “Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo.”
 Pero eso no es todo. Los dos hijos de Rebeca lo fueron de un mismo padre, nuestro antepasado Isaac, - y antes que ellos nacieran, cuando aún no habían hecho nada ni bueno ni malo, Dios anunció a Rebeca: “El mayor será siervo del menor.” Lo cual también está de acuerdo con la Escritura que dice: “Amé a Jacob y aborrecí a Esaú.” Así quedó confirmado el derecho que Dios tiene de escoger, de acuerdo con su propósito, a los que quiere llamar, sin tener en cuenta lo que hayan hecho.
La autonomía de Dios
 ¿Diremos por esto que Dios es injusto? ¡De ninguna manera!  Porque Dios dijo a Moisés: “Tendré misericordia de quien yo quiera tenerla y tendré compasión de quien bien me parezca.”  Así pues, no depende de que el hombre quiera o se esfuerce, sino de que Dios tenga compasión.  En la Escritura, Dios le dice al faraón: “Te hice rey precisamente para mostrar en ti mi poder, y para darme a conocer en toda la tierra.”  De modo que Dios tiene compasión de quien él quiere tenerla y endurece el corazón a quien quiere endurecérselo.
 Quizá tú me dirás: “Siendo así, ¿de qué va a culpar Dios al hombre, si nadie puede oponerse a su voluntad?”  Pero tú, hombre, ¿quién eres para pedirle cuentas a Dios? ¿Acaso la olla de barro le dirá al que la hizo: “Por qué me has hecho así"? El alfarero tiene el poder de hacer lo que quiera con el barro, y de un mismo barro puede hacer una vasija para uso especial y otra para uso común.
 Pues bien, Dios, queriendo dar un ejemplo de castigo y mostrar su poder, soportó con mucha paciencia a aquellos que merecían el castigo e iban a ser destruidos.  Al mismo tiempo quiso dar a conocer en nosotros la grandeza de su gloria, pues tuvo compasión de nosotros y nos preparó de antemano para que tuviéramos parte en ella.  Así que Dios nos llamó, a unos de entre los judíos y a otros de entre los no judíos.  Como se dice en el libro de Oseas: “A los que no eran mi pueblo, los llamaré pueblo mío; a la que no era amada, la llamaré amada mía.
 Y en el mismo lugar donde se les dijo: ‘Vosotros no sois mi pueblo’, serán llamados hijos del Dios viviente.”
 En cuanto a los israelitas, Isaías dijo: “Aunque los descendientes de Israel sean tan numerosos como la arena del mar, solamente un resto de ellos alcanzará la salvación,  porque muy pronto cumplirá plenamente el Señor su palabra en todo el mundo.”  Como el mismo Isaías había dicho antes: “Si el Señor todopoderoso no nos hubiera dejado descendencia, ahora mismo estaríamos como Sodoma y Gomorra.”

Los judíos y el evangelio
 ¿Qué diremos a esto? Que Dios, por medio de la fe, ha hecho justos a los paganos, que no buscaban la justicia.  En cambio, los israelitas, que querían basar su justicia en el cumplimiento de la ley, no lo consiguieron.  ¿Por qué? Pues porque basaban su justicia en sus propios hechos y no en la fe. Por eso tropezaron con aquella piedra de tropiezo  que se menciona en la Escritura: “Yo pongo en Sión una roca, una piedra con la cual tropezarán; pero quien confíe en ella no quedará defraudado.”

DIEZ
Israel y el evangelio
 Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por los israelitas es que alcancen la salvación.  En favor suyo puedo decir que tienen un gran deseo de servir a Dios; solo que ese deseo no está basado en el verdadero conocimiento. Pues no reconociendo que es Dios quien hace justos a los hombres, tratan de ser justos por sí mismos sin someterse a lo establecido por Dios.  Porque la ley se cumple en Cristo para que sean hechos justos todos los que tienen fe.
 Acerca de la justicia que se basa en cumplir la ley, Moisés escribió: “Quien cumpla la ley, vivirá por ella.”  Pero acerca de la justicia que se basa en la fe, dice: “No pienses ‘¿Quién subirá al cielo?’ –esto es, para hacer que Cristo baje–  o ‘¿Quién bajará al abismo?’ ” –esto es, para hacer que Cristo suba de entre los muertos.  ¿Qué es, pues, lo que dice?: “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.” Esta palabra es el mensaje de fe que predicamos.  Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación.  Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia y con la boca se confiesa a Jesucristo para alcanzar la salvación.
 La Escritura dice: “El que confía en él no se verá defraudado.”  No hay diferencia entre judíos y no judíos, pues el mismo que es Señor de todos da con abundancia a cuantos le invocan.  Acerca de esto dice: “Todos los que invoquen el nombre del Señor alcanzarán la salvación.”  Pero, ¿cómo lo van a invocar, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oir, si nadie les anuncia el mensaje?  ¿Y cómo van a anunciarlo, si no hay quien los envíe? Como dice la Escritura: “¡Qué hermosa es la llegada de los que traen buenas noticias!”
 Pero no todos han aceptado el evangelio. Ya lo dice Isaías: “Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?” Así pues, la fe resulta de oír el mensaje, y el mensaje llega por la palabra de Cristo.
 Pero pregunto: ¿Será tal vez que no oyeron el mensaje? ¡Claro que lo oyeron! Porque la Escritura dice: “La voz de ellos salió por toda la tierra; hasta los últimos rincones del mundo llegaron sus palabras.”
 Y vuelvo a preguntar: ¿Será que los de Israel no han entendido? En primer lugar, Moisés dice: “Yo os pondré celosos de un pueblo que no es pueblo; haré que os enojéis contra un pueblo que no quiere entender.”
 Luego, Isaías se atreve a decir: “Los que no me buscaban me encontraron;
me mostré a los que no preguntaban por mí.”
 Y refiriéndose a los israelitas dice Isaías: “Todo el día extendí mis manos a un pueblo desobediente y rebelde.”

ONCE
Los designios de Dios
 Ahora pregunto: ¿Será que Dios ha rechazado a su pueblo? ¡De ninguna manera! Yo mismo soy israelita, descendiente de Abraham y perteneciente a la tribu de Benjamín.  Desde el principio, Dios había reconocido a los israelitas como su pueblo; y ahora no los ha rechazado. ¿No sabéis que la Escritura dice en la historia del profeta Elías que este, en su oración a Dios, acusó al pueblo de Israel? Dijo: “Señor, han matado a tus profetas y han destruido tus altares. Solo yo he quedado con vida y a mí también me quieren matar.”  Pero Dios le contestó: “He apartado para mí siete mil hombres que no se han arrodillado ante el dios Baal.”  Pues, de la misma manera, ahora ha quedado un pequeño resto de ellos, que Dios, en su bondad, ha escogido.  Y si es por la bondad de Dios, ya no es por los hechos; porque si así fuera, la bondad de Dios ya no sería bondad.
 Entonces, ¿qué? Pues que los israelitas no consiguieron lo que buscaban, en tanto que los que Dios escogió sí lo consiguieron. Los demás fueron endurecidos,  como dice la Escritura: “Dios los hizo espiritualmente insensibles, y así siguen hasta el día de hoy. Les dio ojos que no ven y oídos que no oyen.”  También dice David: “Que sus banquetes se les vuelvan trampas y redes,
para que tropiecen y sean castigados.  Que sus ojos se queden ciegos y no vean;
que su espalda se les doble para siempre.”

La salvación de los no judíos
 Ahora pregunto: ¿Será que los judíos, al tropezar, cayeron para no levantarse? ¡De ninguna manera! Al contrario, al desobedecer los judíos, los demás han podido alcanzar la salvación y provocar así los celos de los israelitas.  Por eso, si el delito y el fracaso de los judíos han resultado beneficiosos para el mundo, para los no judíos, ¡mucho más beneficiosa será su plena restauración!
 Pero tengo algo que deciros a vosotros, los que no sois judíos. Puesto que Dios me ha enviado como apóstol a los no judíos, yo doy mucha importancia a este servicio mío.  Quiero que los de mi propia raza sientan celos de vosotros, para que así algunos de ellos alcancen la salvación.  Pues si el rechazo de los judíos ha significado para el mundo la reconciliación con Dios, ¿qué no significará el que ellos sean aceptados? ¡Nada menos que vida para los que estaban muertos!  Pues si el primer pan que se hace de la masa está consagrado a Dios, también lo está la masa entera. Y si la raíz de un árbol está consagrada a Dios, también lo están las ramas.
 De entre los judíos, que eran como las ramas naturales del olivo, algunos fueron cortados, y en su lugar fuiste injertado tú, que eras como una rama de olivo silvestre. Así llegaste a tener parte en la misma raíz y en la misma savia del olivo.  Pero no te creas mejor que las ramas naturales. Y si te crees mejor, recuerda que no eres tú quien sostiene a la raíz sino que la raíz te sostiene a ti.
 Tal vez dirás: “Sí, pero las ramas fueron cortadas para injertarme a mí en el olivo.”  Bien, pero fueron cortadas porque no tenían fe, mientras que tú estás ahí únicamente porque tienes fe. Así que no te jactes, sino más bien siente temor.  Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti te perdonará.  Mira, pues, qué bueno es Dios, aunque también qué severo. Ha sido severo con los que cayeron y ha sido bueno contigo. Pero tienes que vivir siempre de acuerdo con su bondad, pues de lo contrario también tú serás cortado.  Por otra parte, si los judíos abandonan su incredulidad serán injertados de nuevo, pues Dios tiene poder para volver a injertarlos.  Porque si tú, que no eres judío, fuiste cortado de un olivo silvestre e injertado contra lo natural en el olivo auténtico, ¡cuánto más los judíos, que son las ramas naturales del olivo auténtico, serán injertados nuevamente en su propio olivo!

La salvación final de Israel
 Hermanos, quiero que sepáis este designio secreto de Dios, para que no os creáis sabios: En parte el pueblo de Israel se ha endurecido, pero solo hasta que hayan entrado todos los que no son de Israel.  Cuando esto suceda, todo Israel alcanzará la salvación, pues la Escritura dice: “De Sión vendrá el libertador y apartará de Jacob la maldad.  Este será mi pacto con ellos cuando yo quite sus pecados.”
 En cuanto al evangelio, los judíos son tenidos por enemigos de Dios a fin de daros oportunidad a vosotros; pero Dios todavía los ama, porque escogió a sus antepasados.  Pues lo que Dios da no lo quita, ni revoca su llamamiento.  En tiempos pasados, vosotros desobedecisteis a Dios; pero ahora que los judíos han desobedecido, Dios tiene compasión de vosotros. De la misma manera, ellos han desobedecido ahora, pero solamente para que Dios tenga compasión de vosotros y para que, también ahora, tenga compasión de ellos.  Porque Dios sujetó a todos por igual a la desobediencia con el fin de tener por igual compasión de todos.
 ¡Qué profundas son las riquezas de Dios, y su sabiduría y entendimiento! Nadie puede explicar sus decisiones ni llegar a comprender sus caminos.  Pues,
“¿quién conoce la mente del Señor? ¿Quién podrá aconsejarle?  ¿Quién le ha dado algo antes, para luego exigirle que lo devuelva?”
 Porque todas las cosas vienen de Dios, y existen por él y para él. ¡Gloria para siempre a Dios! Amén.

DOCE
SECCIÓN EXHORTATORIA
La vida nueva
 Por tanto, hermanos míos, os ruego por la misericordia de Dios que os presentéis a vosotros mismos como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que debéis ofrecer.  No viváis conforme a los criterios del tiempo presente; por el contrario, cambiad vuestra manera de pensar, para que así cambie vuestra manera de vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.
 Por el encargo que Dios me ha dado en su bondad, os digo a todos que nadie piense de sí mismo más de lo que debe pensar. Antes bien, piense cada uno de sí con moderación, según los dones que Dios le haya concedido junto con la fe. Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros sirven para lo mismo,  así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y estamos unidos unos a otros como miembros de un mismo cuerpo.
 Dios nos ha concedido diferentes dones, conforme a lo que quiso conceder a cada uno. Y si Dios nos ha concedido el don de profecía, hablemos según la fe que tenemos;  si nos ha concedido el don de servir a otros, sirvámosles bien. El que haya recibido el don de enseñar, dedíquese a la enseñanza;  el que haya recibido el don de animar a otros, dedíquese a animarlos. El que da, hágalo con sencillez; el que ocupa un puesto de responsabilidad, desempeñe su cargo con todo esmero; el que ayuda a los necesitados, hágalo con alegría.
Deberes de la vida cristiana

Deberes de la vida cristiana
 Amaos con toda sinceridad. Aborreced lo malo y seguid lo bueno. Amaos como hermanos los unos a los otros, dándoos mutuamente preferencia y respeto.
 Esforzaos, no seáis perezosos y servid al Señor con corazón ferviente.
 Vivid alegres por la esperanza que tenéis; soportad con valor los sufrimientos; no dejéis nunca de orar.
 Ayudad en sus necesidades a los que pertenecen al pueblo santo; recibid bien a los que os visitan.
 Bendecid a los que os persiguen; bendecidlos y no los maldigáis.
 Alegraos con los que están alegres y llorad con los que lloran.
 Vivid en armonía unos con otros. No seáis orgullosos, sino poneos al nivel de los humildes. No os tengáis por sabios.
 No paguéis a nadie mal por mal. Procurad hacer lo bueno delante de todos.  Hasta donde dependa de vosotros, haced lo posible por vivir en paz con todos.  Queridos hermanos, no os toméis la justicia por vuestra mano, sino dejad que sea Dios quien castigue; porque el Señor dice en la Escritura: “A mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré.”  Y también: “Si tu enemigo tiene hambre dale de comer; si tiene sed dale de beber. Así harás que le arda la cara de vergüenza.” No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal.
TRECE
 Todos deben someterse a las autoridades establecidas. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que hay, por él fueron puestas.  Así que quien se opone a la autoridad va en contra de lo ordenado por Dios; y los que se oponen serán castigados.  De hecho, los gobernantes no están para causar miedo a los que hacen lo bueno, sino a los que hacen lo malo. ¿Quieres vivir sin miedo a la autoridad? Pues pórtate bien, y la autoridad te aprobará  porque está al servicio de Dios para tu bien. Pero si te portas mal, entonces sí debes tenerle miedo; porque no en vano la autoridad lleva la espada, ya que está al servicio de Dios para dar su merecido al que hace lo malo.  Por lo tanto es preciso someterse a las autoridades, no solo para evitar el castigo sino como un deber de conciencia.  También por esta razón pagáis impuestos: porque las autoridades están al servicio de Dios, y a eso están dedicadas.
 Dad a cada uno lo que le corresponde. A quien debáis pagar contribuciones, pagádselas; a quien debáis pagar impuestos, pagádselos; a quien debáis respeto, respetadlo; a quien debáis estimación, estimadlo.
 No tengáis deudas con nadie, aparte de la deuda de amor que tenéis unos con otros, pues el que ama a su prójimo ya ha cumplido todo lo que la ley ordena.  Los mandamientos dicen: “No cometas adulterio, no mates, no robes, no codicies”; pero estos y los demás mandamientos quedan comprendidos en estas palabras: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.”  El que tiene amor no hace daño al prójimo; así que en el amor se cumple perfectamente la ley.
 En todo esto tened en cuenta el tiempo en que vivimos: que ya es hora de despertarnos del sueño. Porque nuestra salvación está ahora más cerca que al principio, cuando creímos en el mensaje.  La noche está muy avanzada y se acerca el día; por eso, dejemos de hacer las cosas propias de la oscuridad y revistámonos de luz, como un soldado se reviste de su armadura.  Portémonos con decencia, como en pleno día. No andemos en borracheras y comilonas, ni en inmoralidades y vicios, ni en discordias y envidias.  Al contrario, revestíos del Señor Jesucristo como de una armadura y no busquéis satisfacer los malos deseos de la naturaleza humana.

CATORCE
 Paz y mutua edificación
 Recibid bien al que es débil en la fe y no entréis en discusiones con él.  Por ejemplo, hay quienes piensan que pueden comer de todo, mientras otros, que son débiles en la fe, solamente comen verduras.  Pues bien, el que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas; y el que no come ciertas cosas no debe criticar al que come de todo, pues Dios también le ha aceptado.  ¿Quién eres tú para criticar al servidor de otro? Si queda bien o queda mal es asunto de su propio amo. Pero quedará bien, porque el Señor tiene poder para hacerle quedar bien.
 Asimismo hay quienes dan más importancia a un día que a otro, y hay quienes piensan que todos los días son iguales. Cada uno debe estar convencido de lo que cree.  El que guarda un determinado día, para honrar al Señor lo guarda. El que come de todo, para honrar al Señor lo come, y da gracias a Dios; y el que no come ciertas cosas, para honrar al Señor deja de comerlas, y también da gracias a Dios.
 Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo.  Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. De manera que, así en la vida como en la muerte, del Señor somos.  Para eso murió Cristo y volvió a la vida: para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos.
 ¿Por qué, entonces, criticas a tu hermano? ¿O por qué lo desprecias? Todos tendremos que presentarnos delante de Dios para que él nos juzgue.  Porque la Escritura dice: “Juro por mi vida, dice el Señor, que ante mí todos doblarán la rodilla y todos alabarán a Dios.”
 Así pues, cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios.

No hagas tropezar a tu hermano
 Por eso, basta ya de criticarnos unos a otros. Proponeos más bien no hacer nada que sea causa de que vuestro hermano tropiece, o que ponga en peligro su fe.  Yo sé que no hay nada impuro en sí mismo; como creyente en el Señor Jesús, estoy seguro de ello. Si alguien piensa que una cosa es impura, será impura para él.  Pero si por aquello que tú comes, tu hermano se siente ofendido, tu conducta ya no se inspira en el amor. ¡Que tu comida no sea causa de que se pierda aquel por quien Cristo murió!  No deis, pues, lugar a que se hable mal de ese bien que tenéis.  Porque el reino de Dios no consiste en comer o beber ciertas cosas, sino en vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo.  El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres.
 Por lo tanto, busquemos lo que conduce a la paz y a la mutua edificación espiritual.  No eches a perder la obra de Dios por causa de la comida. En realidad, todos los alimentos son limpios; lo malo es comer algo que haga perder la fe a otros. Es mejor que no comas carne ni bebas vino ni hagas nada que sea causa de que tu hermano tropiece.  La fe que tienes, guárdala para ti mismo delante de Dios. ¡Dichoso aquel que usa de su libertad sin cargos de conciencia!  Pero el que no está seguro de si debe o no debe comer algo, se hace culpable al comerlo porque no lo come con la convicción que da la fe; y todo lo que no se hace con la convicción que da la fe, es pecado.

QUINCE
Seguir el ejemplo de Cristo
 Los que somos fuertes en la fe debemos aceptar como nuestras las debilidades de los que son menos fuertes, en vez de buscar lo que a nosotros mismos nos agrada.  Todos debemos agradar a nuestro prójimo, y hacer las cosas para su bien y para que pueda crecer en la fe.  Porque tampoco Cristo buscó agradarse a sí mismo; al contrario, en él se cumplió lo que dice la Escritura: “Las ofensas de los que te insultaban cayeron sobre mí.”  Todo lo que dicen las Escrituras fue escrito para nuestra instrucción, para que con constancia y con el consuelo que de ellas recibimos mantengamos la esperanza.  Y Dios, que es quien da constancia y consuelo, os ayude a vivir en armonía unos con otros, conforme al ejemplo de Cristo Jesús,  para que todos juntos, a una sola voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
 Así pues, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo os aceptó a vosotros para gloria de Dios.  Puedo deciros que Cristo vino a servir a los judíos para cumplir las promesas hechas a nuestros antepasados y demostrar así que Dios es fiel a sus promesas.  Vino también para que los no judíos alaben a Dios por su misericordia, según dice la Escritura: “Por eso te alabaré entre las naciones y cantaré himnos a tu nombre.”
 En otra parte, la Escritura dice: “¡Alegraos, naciones, con el pueblo de Dios!”
 Y dice en otro lugar: “Naciones y pueblos todos, ¡alabad al Señor!”
 Isaías escribió también: “Brotará la raíz de Jesé, que se levantará para gobernar a las naciones, las cuales pondrán en él su esperanza.”
 Que Dios, que da esperanza, os llene de alegría y paz a vosotros que tenéis fe en él, y os dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo.

CONCLUSIÓN

El apostolado de Pablo
 Hermanos míos, estoy convencido de que estáis llenos de bondad y de todo conocimiento, y que sabéis aconsejaros unos a otros.  Sin embargo, en esta carta me he atrevido a escribiros francamente acerca de algunas cosas, para que no las olvidéis. Lo hago por el encargo que Dios en su bondad me ha dado,  de servir a Cristo Jesús para bien de los que no son judíos. El servicio sacerdotal que presto consiste en anunciar el evangelio de Dios, con el fin de presentar ante él a los no judíos, como ofrenda que le sea grata, consagrada por el Espíritu Santo.
 Como creyente en Cristo Jesús tengo motivos para gloriarme de mi servicio a Dios.  Y no me atrevo a hablar de nada, aparte de lo que Cristo mismo ha hecho por medio de mí para llevar a los no judíos a obedecer a Dios. Esto se ha realizado con palabras y hechos,  por el poder de señales y milagros y por el poder del Espíritu de Dios. De esta manera he llevado a buen término el anuncio del evangelio de Cristo, desde Jerusalén y por todas partes hasta la región de Iliria.  Pero he procurado anunciar el evangelio donde nunca antes se había oído hablar de Cristo, para no construir sobre cimientos puestos por otros,  sino para que sea lo que dice la Escritura: “Verán los que nunca habían tenido noticias de él; entenderán los que nunca habían oído de él.”

Planes de viaje
 Precisamente por esto no he podido ir a veros, aunque muchas veces me lo había propuesto.  Pero ahora ya he terminado mi trabajo en estas regiones, y como desde hace muchos años estoy queriendo visitaros,  espero poder hacerlo durante mi viaje a España. Y una vez que haya tenido el placer de veros, confío en que vosotros me ayudaréis a continuar el viaje.  Pero ahora voy a Jerusalén, a llevar socorro a aquellos hermanos.  Porque los de Macedonia y Acaya decidieron voluntariamente hacer una colecta y mandársela a los hermanos pobres de Jerusalén.  Lo decidieron voluntariamente, e hicieron bien, porque así como los creyentes judíos han compartido sus bienes espirituales con los no judíos, estos, a su vez, deben socorrer con sus bienes materiales a los creyentes judíos.  Así que, cuando yo termine este asunto y les haya entregado la colecta, saldré para España, y de paso os visitaré.  Estoy seguro de que, cuando yo llegue a vosotros, todos seremos enriquecidos con las bendiciones de Cristo.
 Hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu os ruego que os unáis conmigo en la lucha, orando a Dios por mí.  Pedid a Dios que me libre de los incrédulos de Judea, y que el socorro que llevo a los hermanos de Jerusalén sea bien recibido,  para que, si Dios quiere, llegue yo con alegría a veros y tenga descanso al visitaros.  Que el Dios de paz esté con todos vosotros. Amén.

DIECISÉIS
Saludos personales

 Os recomiendo a nuestra hermana Febe, que es diaconisa de la iglesia de Cencreas.  Recibidla bien en el nombre del Señor, como se debe hacer entre los hermanos en la fe, y ayudadla en todo lo que necesite, porque ha ayudado a muchos y también a mí.
 Saludad a Prisca y Áquila, mis compañeros de trabajo en el servicio de Cristo Jesús.  A ellos, que pusieron en peligro su propia vida por salvar la mía, no solo yo les doy gracias, sino también todos los hermanos de las iglesias no judías.  Igualmente, saludad a los hermanos que se reúnen en casa de Prisca y Áquila. Saludad a mi querido amigo Epéneto, que fue el primer creyente en Cristo en la provincia de Asia.  Saludad a María, que tanto ha trabajado entre vosotros.  Saludad a mis paisanos Andrónico y Junias, que fueron mis compañeros de cárcel; se han distinguido entre los apóstoles y creyeron en Cristo antes que yo.
 Saludad a Ampliato, mi querido amigo en el Señor.  Saludad a Urbano, nuestro compañero de trabajo en Cristo, y a mi querido Estaquis.  Saludad a Apeles, que ha dado pruebas de su fe en Cristo; y también a los de la familia de Aristóbulo. Saludad a mi paisano Herodión, y a los de la familia de Narciso que creen en el Señor.  Saludad a Trifena y Trifosa, que trabajan en la obra del Señor; y también a nuestra querida hermana Pérsida, que tanto ha trabajado en la obra del Señor. Saludad a Rufo, distinguido creyente en el Señor, y a su madre, que ha sido también como una madre para mí.  Saludad a Asíncrito, a Flegonte, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos.  Saludad también a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, a Olimpas y a todos los hermanos en la fe que están con ellos.
 Saludaos los unos a los otros con un beso santo. Todas las iglesias de Cristo os mandan saludos.
 Hermanos, os ruego que os fijéis en los que causan divisiones y ponen tropiezos, lo cual es contrario a la enseñanza que habéis recibido. Apartaos de ellos,  porque no sirven a nuestro Señor Jesucristo sino a sus propios apetitos, y con sus palabras suaves y agradables engañan el corazón de la gente sencilla.  De todos es bien conocida vuestra obediencia a la fe. Tengo alegría por vosotros, y quiero que seáis sabios para hacer lo bueno, pero no para hacer lo malo;  así el Dios de paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies. Que nuestro Señor Jesús os bendiga.
 Os manda saludos Timoteo, mi compañero de trabajo; y también Lucio, Jasón y Sosípatro, mis paisanos.
 Yo, Tercio, que estoy escribiendo esta carta, también os mando saludos en el Señor.
 Os saluda Gayo. Estoy alojado en su casa, que él pone a disposición de toda la iglesia. También os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto.

Alabanza final a Dios
 Alabemos al Señor, que puede haceros firmes conforme al evangelio que yo anuncio y la enseñanza acerca de Jesucristo. Esto está de acuerdo con lo que Dios ha revelado de su designio secreto, oculto desde antes que el mundo existiera,  pero dado ahora a conocer por los escritos de los profetas, según el mandato del Dios eterno. Este secreto del plan de Dios se ha dado a conocer a todas las naciones, para que crean y obedezcan.
 ¡A Dios, el único sabio, sea la gloria para siempre por medio de Jesucristo! Amén.